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Mitología greco-egipcia:
La
síntesis
alejandrina
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Autor: Sergi
Sánchez Sebastián
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Tras la fundación de Alejandría, y el ascenso de la dinastía Lágida al trono
de los faraones, se produce un intenso contacto entre las culturas griega y egipcia. Fruto
de este contacto, la población de la cosmopolita Alejandría rendirá culto tanto al
panteón griego como a los dioses egipcios, asimilándolos entre sí e incluso creando
nuevos dioses como consecuencia de la fusión de ambos ritos. Desde Alejandría, el culto
a los dioses griegos se extenderá Nilo arriba hacia el milenario Egipto, y en sentido
contrario, los dioses egipcios viajarán con fuerza imparable hacia Asia Menor, Grecia y
la misma Roma.
Los contactos entre ambas culturas ya eran importantes antes de la conquista de Egipto
conseguida por Alejandro Magno, aunque será a partir de entonces cuando se producirán
con mayor intensidad. Incluso algunas de las deidades egipcias se pueden adivinar en el panteón de la Creta minóica, como es el caso de la diosa hipopótamo Taweret, convertida en una divinidad acuática. De este modo, el dios egipcio Amón ya era conocido por los
habitantes de Grecia, siendo representado por una estatua de Zeus con dos cuernos de
carnero. El culto a Amón entre los atenienses se remonta hasta antes de las Guerras del
Peloponeso y su oráculo, situado en el oasis libio de Siwa, era conocido y respetado en
igual medida que los griegos de Delfos y Dódona. De hecho existe la leyenda de que dos
palomas emprendieron el vuelo de la mano de Zeus cuando conquistó el poder tras expulsar
del Olimpo a su padre Cronos. Una se posó sobre una encina en Dódona (Épiro), mientras
que la segunda eligió una palmera en el oasis de Siwa. Desde entonces, se dice que podía
escucharse en ambos lugares la voz del todopoderoso dios. De este modo, la consulta de
este oráculo tuvo una importancia relevante para Alejandro Magno, ya que fue allí donde
Zeus le confirmó su divina paternidad.
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El dios grecoegipcio por excelencia es Serapis: Osiris resucitado y convertido en
el toro Apis. Se identificó asimismo con dioses griegos como Hades, Zeus y Dionisio. Para
los griegos era el dios de la fertilidad y la medicina, representaba las fuerzas
masculinas productivas de la naturaleza, y era considerado como soberano del reino de los
muertos. Su culto fue instaurado como dios de griegos y egipcios por Ptolomeo I Sóter,
aunque se conocía ya anteriormente. Era representado por los griegos con pelo y barba
largos, y una amplio manto cubriéndole todo el cuerpo excepto los brazos, sentado en un
trono con Cerbero a sus pies. En sus imágenes su principal atributo era el
"calthus" o "modium" (especie de triángulo sobre la cabeza), cesto
sagrado de los misterios y símbolo de la abundancia. Por su parte la iconografía egipcia
lo representaba como una momia, con la luna creciente y dos plumas. Su templo principal
estaba en Alejandría: "El Serapeión", que, además, poseía la segunda
biblioteca de Alejandría, depositaria de los fondos de la biblioteca de Pérgamo (regalo
de Marco Antonio a Cleopatra). El templo estaba situado en la cima de la Acrópolis, y la
estatua del dios estaba colocada de forma que se posaban sobre sus labios los primeros
rayos del sol, simbolizando el Verbo que vivifica el mundo de la manifestación en la
mañana y cuyo origen se encuentra en Menfis en la teología de Ptah. También tenía
templos en otras ciudades de Egipto, como Menfis, Canopo y en la necrópolis de Saqqarah,
y su culto fue exportado a Asia Menor, Grecia y Roma, llegando hasta la ciudad inglesa de
York y la española de Mérida. Sin embargo su importancia en Roma decayó a favor de su esposa y hermana Isis.
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Isis, esposa de Osiris y diosa de la maternidad y la fecundidad, fue identificada
en principio con Démeter, aunque posteriormente se asoció a otras diosas como Afrodita,
Atenea o Artemisa y ya en Roma con Juno. Se la representaba a la manera egipcia, a veces
con la doble corona con la pluma de Maat, o con un par de cuernos con forma de lira, y en
medio el disco solar. También se le representó frecuentemente sentada con su hijo Horus
en brazos, amamantándole, figura que, entre otras, inspiraría posteriormente la imagen
de la Virgen María con el niño Jesús. Fue la deidad egipcia más conocida en el
Imperio, pese a que en un principio no fue bien vista por los ojos del gobierno romano,
debido sobre todo a sus ritos libertinos. Finalmente, bajo el primer triunvirato (43 a. de
C.), su culto y el de Serapis fueron oficialmente reconocidos, siendo erigido el primer
templo estatal dedicado a Isis en tiempos del emperador Calígula. Posteriormente varios
emperadores se declararían devotos de ambas divinidades, y su éxito fue imparable
incluso con la llegada del cristianismo. Resistiría hasta el siglo VI, cuando en el año
535 su culto fue prohibido por Justiniano.
El último dios de la "triada alejandrina" fue Horus, hijo de Isis y Osiris.
Osiris, tras ser asesinado por su hermano Seth, resucitó y tuvo con Isis a su hijo Horus.
Éste posteriormente vengó a su padre matando a Seth. Para los alejandrinos y los
griegos, Horus fue asimilado con Apolo. Fue conocido también como Harpócrates entre
griegos y romanos, representado como un niño con el dedo en los labios.
Los tres dioses, a veces por separado, y otras como conjunto, se esparcieron por todo el
Mediterráneo y Europa, llegando a decir los romanos: "Una vez fueron dioses
egipcios, ahora son romanos".
Otro dios alejandrino fue Hermanubis, asociación de Hermes y Anubis. Sin embargo este
dios no tendría tanta importancia en el Imperio como los anteriores. Se asoció al dios chacal como Hermes Psicopompo, pero tambien fue identificado con Thot dios escriba con cabeza de ibis . Entre las
asimilaciones de ambos panteones, destaca la de Afrodita con Hathor, Pan con Min, Hera con
Mut, Prometeo con Nefertum, Helios con Ra y Sobek, Atenea con Neith, Artemis con Bastet, Onuris con Ares, Hermes con Thoth y Anubis (Hermes Psicopompo), Ilitía con Nekhbet, Heracles con Heryshef ...
Pero fue Dionisio, dios del vino, el dios griego más aceptado por los alejandrinos. Al
contrario de la mayoría de los dioses griegos, Dionisio fue adorado con su nombre griego,
sin asociarlo a ninguna deidad egipcia. Era el dios preferido de Alejandro Magno, quien,
al igual que su madre Olimpia, participaba en las celebraciones dionisiacas. Los reyes de
la dinastía Ptolomea o Lágida, considerándose sucesores de Alejandro, fomentarían el
culto al dios. Su procesión, celebrada en su honor por Ptolomeo Philadelpho, revelaba la
suntuosidad de los fastos de Alejandría.
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No hay que olvidar el culto a los soberanos, que eran divinizados tanto por su
lado griego considerándose sucesores de Alejandro (y por lo tanto de Zeus), como por el
lado egipcio, ya que no renunciaban a descender de los antiguos faraones. Así, Arsinoe II
Philadelphia fue divinizada tras su muerte por Ptolomeo II, y honorada en su templo, el
Arsinoeion. Los Ptolomeos, al proclamarse semidioses, no se casaron con mujeres de fuera
de la familia (lo que les llevó incluso a casarse con sus hermanas), tradición que solo
fue rota por Cleopatra VII, pero ya era demasiado tarde para renovar el linaje. Esta
adoración del soberano, mezclando el exotismo oriental con la sofistificación griega,
fue quizás la base de la posterior adoración del emperador en Roma. Al fin y al cabo,
Alejandría era el espejo donde se miraba Roma con ansias de superarla.
Alejandría surgió pues como una nueva Heliópolis en la punta de Egipto, como
reencuentro entre los mundos griego y egipcio. Sus monumentos, continuaban la
magnificencia de los templos de Menfis y Tebas y no se dudó el traspaso de construcciones
monumentales desde Heliópolis hacia la Nueva Atenas, como las conocidas "Agujas de
Cleopatra", obeliscos construidos por Tutmosis III y Ramsés II que actualmente se encuentran en
Londres y Nueva York. Se produce un aumento de la fastuosidad egipcia en los tradicionales
ritos griegos, y se instituyó un importante clero encargado de los ritos diarios, la
celebración de las fiestas anuales, los cánticos y ofrendas, y las suntuosas
procesiones, destacando los sacerdotes "puros" del templo de Serapis, siempre en
estrecho contacto con el clero de Menfis.
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Así era Alejandría, una ciudad cosmopolita, donde recibían culto los dioses
griegos Dionisio y Poseidón, los egipcios Isis y Horus, la fenicia Astarté, y el hebreo
Yahvé, cuya sinagoga era la mayor del mundo y ejemplo magistral de arquitectura. Una
ciudad donde en el mismo templo el egipcio adoraba a Isis, el griego a Démeter y el
romano a Ceres. Sin embargo, esta ciudad cosmopolita y rica en religiones, segunda ciudad
del Imperio, moriría lentamente. En el 391 d. de C., bajo el gobierno de Teodosio, el
patriarca Theofilus y sus seguidores cristianos asaltaron y destruyeron el templo
fortificado de Serapis. Tras un violento cerco, los cristianos tomaron el edificio,
derribándolo, quemando su famosa biblioteca y destrozando las imágenes. Este hecho
supone el fin nominal del paganismo, aunque éste siguiese practicándose residualmente
hasta finales del siglo IX d. de C. Alejandría moriría igual que el paganismo,
encontrándose Napoleón en 1789 con una ciudad miserable, donde menos de 7.000 almas
vivían en condiciones deplorables. Al fin y al cabo quién iba a creer en la ciudad
nacida del sueño del hijo de Zeus, si ya nadie creía en él.
Editado en Valencia (España),
año 2000
Publicado en
Badajoz (España), año 2002
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